“La vida pasa rápido” es un dicho que empieza a tener sentido a medida que nos acercamos a su último periodo. En la infancia todo tarda en pasar. En la juventud la percepción del paso del tiempo cambia un poco y a partir de entonces el ritmo sigue aumentando hasta el final de nuestro viaje. Aun así, siempre hay tiempo para amar. En la infancia tenemos nuestros amores, casi siempre platónicos. En la adolescencia y la juventud, la fuerza de la vida se manifiesta con el poder de las pasiones, sean correspondidas o no. La vida adulta debería traernos la fuerza de un amor sobrio y duradero. “Debería”, pero nada es tan lineal. Mi vida adulta casi ha terminado, porque estoy más cerca de la vejez que de su comienzo. Ya encontrado el equilibrio profesional, pero no contaba con el privilegio de la fuerza de un amor sobrio y duradero. ¿Qué había pasado?
No sé exactamente qué pasó, pero sé que “la vida pasa rápido”. Hoy veo que hay personas que encuentran el equilibrio en diferentes áreas de la vida en distintos momentos. Asimismo, observo que muchos encuentran la fuerza del amor sobrio y duradero al final de la juventud y al comienzo de la edad adulta, representado en matrimonios equilibrados que duran toda la vida. ¡Un sueño! A otros les toma un tiempo más y otros simplemente no tienen el privilegio de encontrar la fuerza del amor equilibrado en toda la vida. Y este equilibrio se basa en la rutina de amar con actitudes, gestos y acciones. ¿Como así? Particularmente, creo que el equilibrio presente en las rutinas establecidas nos garantiza longevidad, más allá de la vida, en el amor y en otros ámbitos. Por ejemplo, la rutina de los estudios nos lleva a obtener conocimientos y su aplicación nos aporta equilibrio profesional, económico y financiero. La rutina de actividades físicas con una alimentación saludable nos proporciona bienestar y salud a través del equilibrio. Y así, podemos seguir enumerando los beneficios del equilibrio que nos aporta la rutina de las prácticas diarias, como el desayuno, el almuerzo y la cena en horarios establecidos; los beneficios del cuidado rutinario de las plantas del jardín con equilibrio; los beneficios del equilibrio y la rutina en las amistades establecidas; los beneficios del equilibrio y la presencia rutinaria en la vida de los niños hasta que se vuelvan independientes; el beneficio del equilibrio y la rutina en actitudes, gestos y acciones hacia las personas que uno ama. Eso era lo que me faltaba. Siempre he tenido una rutina de estudio que me mantuvo activo, así como una rutina de actividad física que me mantuvo con buena salud. De igual manera, la rutina de levantarme temprano, comer en horarios preestablecidos y no dormir tarde contribuyó para mantener la calidad de vida. Sin embargo, “la vida pasa rápido” y ya tenía más de cincuenta años sin el equilibrio y la fuerza de un amor sobrio y duradero. Miraba a parejas que habían encontrado este equilibrio hace diez, veinte, treinta o más años y las admiraba. Nunca fue envidia, siempre fue admiración por la capacidad de mantener una relación en el tiempo, cuando la realidad lleva a tantos a descartar a las personas ante la primera dificultad. Después de todo, vivimos en tiempos de Amor Líquido (Bauman). A Dios agradecía el hecho de haber aprendido a vivir bien conmigo mismo al redescubrir mi espiritualidad a través del equilibrio y la rutina de las oraciones. Sin embargo, le pedía a Él la Gracia de encontrar a alguien con quien pudiera compartir el amor a través de actitudes, palabras y acciones amorosas hasta el final de mis días. Y así encontré a la persona con la que convivo desde hace cinco años, un amor equilibrado que se establece sobre las rutinas de nuestra convivencia.
Así, “prometo hoy, ante Dios, familiares, amigos y testigos, que eres mi único amor con toda la fuerza del equilibrio de la rutina”. ¡La promesa es desde el fondo de mi alma que tu presencia complementa!
Moacir Rauber
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Para: Rita Romina Perluzky Rauber